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Mario, que habìa comenzado a tocar el violìn y el piano a 5 años, y a diseñar y
embadurnar toda superficie que cayese en sus manos con los tubitos al òleo,
regalo de su hermana Giovanna, empezò a “smacchiaiolare”(pintar paisajes)
a la edad de dieciseis años.
Y es aquì donde iniciò su carrera de pintor.
Sì, por que él no amaba la definiciòn de “Artista”,y menos que menos aquélla de
Maestro. Era, se sentìa y querìa sentirse considerado un pintor.
He dicho smacchiaiolare no por caso. Livorno junto a Firenze eran las capitales de
los “macchiaiolos”. Pero Fattori, si queremos, era uno de los muchos otros. Aùn hoy
existe la usanza de andar delante a el mar, sobretodo en la zona sur de Livorno,
de plantar sobre el terreno un pequeño caballete portàtil, una tela, abrir una caja de
colores y un banquito, y comenzar a pintar, entre los curiosos que cada tanto se
detienen a observar.
En un dactiloescrito encontrado entre sus cartas,
se dice que por el hecho de pertenecer a una clase media, burgués, como
era su familia, venìa mejor vista una actividad musical que la pintura.
Seguramente tenìa un buen oìdo musical pero a mì siempre me habìa dicho
de haber elejido la mùsica porque se sentìa muy atraìdo hacia la
abstracciòn y la matematicidad de la mùsica, y de haber replegado luego
por el arte figurativa porqué la estrechéz econòmica, la falta de
posibilidad de alquilar un piano y la destrucciòn fìsica del violìn le habìan
impedido de proseguir y entonces en primer lugar se habìa volcado
a la pintura, que màs tarde se transformò en la finalidad de su vida.
De todos modos es absolutamente necesario
explicar que la pintura, que en la adolescencia constituìa un simple
desahogo, una exigencia creativa, en un segundo momento se convierte
en el instrumento para exprimir un complejo de aspiraciones ideales, de
las que la expresiòn artìstica era solo un vector.
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