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Italiano

  Il mare di Livorno MARIO NIGRO


Asistente de Mineralogia


INDICE DE LA BIOGRAFIA
  1. Nacido en Pistoia
  2. La madre
  3. El padre
  4. Infanzia
  5. Livorno
  6. Adolescencia
  7. Titulo universitario
  8. Mineralogia
  9. Farmacia




En el 1942 tentò de participar a una muestra en Florencia, pero sus cuadros fueron rechazados por ser “demasiados expresionistas y demasiados cubistas”. Pero en tanto, el encargue de Asistente en la Facultad de Mineralogìa en la Universidad de Pisa lo gratificaba muchìsimo, por lo menos por el prestigio.
    Para quién nutre ambiciones artìsticas, el camino no es jamàs rectilìneo, lineal: se és siempre de frente a una encrucijada. A cada paso se és obligado ( por las exigencias de la vida, también econòmicas, de la presiòn de la Familia, de dudas e inseguridades) a escoger entre una posibilidad màs pràctica y realìsta y el sueño de la aventura creativa que és ademàs un salto en la oscuridad.
    Y estaba la Guerra. Y durante la Guerra de sueños se podìan tener pocos. La funciòn de Asistente de Mineralogìa era una realidad, tangible, efectiva. Por lo tanto valìa la pena proseguir. Después, regresando a casa, se reabrìan las cajas con los tubitos de colores y el sueño reprendìa vida.
    Para los Livorneses que estudiaban en la Universidad de Pisa, el momento meditativo o estratégico, que podìa a veces turbar la vida de algunos, era.... el trencito. Sì, efectivamente, porqué en tren se andaba a Pisa, en tren se volvìa de Pisa, a lo largo de la ruta Aurelia, acariciada por dos filas de pinos, a un paso del gran pinar de Tòmbolo. Y allì los estudiantes tenìan el tiempo de pensar a sus vidas, a las decisiones para el futuro, y a lo mejor de encontrar novia o novio.
    No que ésta ùltima posibilidad fuese exclusa por Mario Nigro, pero el defecto a la voz lo volvìa tìmido, introvertido. Mario las miraba a las estupendas chicas Toscanas, a las Livornesas, retraéndose en sì mismo, en sus sueños de siempre.
    Y la Guerra avanzaba. Mussolini, maestro de escuela elemental un poco incierto con la lengua Italiana, habìa prometido, a propòsito del probable desembarque en las costas Italianas por partes de las tropas Aleadas: “Los clavaremos sobre el bagnasciuga”(parte de la playa).
    Siendo meticuloso, los diccionarios menos recientes definìan impropia la atribuciòn del término “bagnasciuga” a la franja de la playa a contacto con las olas del mar, prefiriendo el tèrmino màs refinado de “battigia”, aùnque si, al decir la verdad, el Diccionario Devoto Oli acepta como “standard de hecho”, la palabra utilizada por Mussolini.
    De todos modos, “bagnasciuga” o “battigia” que fuese, clavos y martillos se revelaron insuficientes, y los Aleados iniciaron a desembarcar por todos lados. Y ademàs estaban los bombardeos. La técnica del bombardeo sistemàtico de un territorio para quebrantar las resistencias del enemigo fué ideado y experimentado por Hitler, que, durante la Guerra Civil de España, arrasò al suelo el pueblo de Guernica.
    De ése episodio, años màs tarde, Pablo Picaso extrajo la inspiraciòn para la realizaciòn de una de sus obras y se narra que a la irrupciòn de los militares de los SS en su estudio, a la pregunta “Quién hizo esto?” de parte de los soldados indicando el cuadro, Picaso respondiò: “Esto lo hicieron Ustedes!”.
    Volviendo en Italia.., también los Angloamericanos habìan hecho propia esta estrategia (la Guerra, desgraciadamente, és la Guerra) y las bombas caìan como granizo sobre las ciudades, comprendida Pisa.
    Un dìa Mario Nigro, seràfico y siempre un poco en la luna, tomò el trencito como siempre, con su mente sumergida en sus propias elucubraciones, y al bajar en la estaciòn de Pisa, encontrò una ciudad semidestruìda. Atravesò la plaza de la estaciòn y se encaminò hacia la avenida principal, para llegar a el puente sobre el rio Arno(que atraviesa Pisa) y la Universidad,al norte del rio. Pero en realidad se blocò inmediatamente al inicio de la Avenida.
    Recuerdo con qué animaciòn me contaba esos momentos, que habìan quedado vivos e incandescentes en su memoria, a distancia de años y decenios, ya que era muy sensible.
    Las casas demolidas, desvencijadas, los cadàveres hinchados en medio de las calles. El fresco Asistente de Mineralogìa diò un adiòs al prestigioso encargue y subiò de nuevo en el tren. En casa lo esperaban como siempre el cariño de la Familia, el abrazo suave pero fuerte de la mamà, los gatos y las gallinas, los almuerzos con aquéllo que aùn se lograba conseguir, y sobretodo los pinceles y los tubitos de tinta al òleo, talvéz no sobre una tela, porqué hacer de la necesidad virtud, cualquier cosa andaba bién, aùnque pedazos de leña recogidos por aquì y por allà, elaborados y preparados por él mismo.
    Pero el avanzar de la Guerra iba mucho màs allà de la pérdida de un encargue prestigioso, que de todos modos habrìa podido recuperar antes o después. La Guerra era como una gran noche que avanzaba, y ahora la cuestiòn de la sobrevivencia se volvìa fundamental para todos. También Livorno sufrìa los primeros bombardeos y todos aquéllos que podìan huìan de las ciudades y se agolpaban en la campaña. La Familia Nigro tenìa la fortuna de poder andar a casa de los parientes en la campaña de la Lucchesia, y asì lo hicieron.
    Pero la Guerra es como un perro mastìn, te sigue por todos lados. Y ni siquiera la campaña era muy segura. Y los soldados nazistas, rastreados y furiosos, andaban a caza de jòvenes italianos para alistarlos por las fuerzas, y en Familia habìan tres varones en edad vàlida.
    Mi padre me contaba a menudo estos recuerdos: uno era el de los colchones y el otro el de la zanja.
    Al alba de una aparente tranquila y estupenda mañana bajo el sol de la Toscana, se oyeron voces y comandos secos en lengua teutònica. El padre de Familia, Gabriele Nigro, por fortuna eximido por la edad, hizo extender sus tres hijos, uno al lado del otro, sobre el elàstico de la cama matrimonial, los cubriò con màs de un colchòn, y con la ayuda de su esposa puso sàbanas y mantas, que llegaban hasta el piso para esconder los tres muchachos.
    A este punto Gabriele Nigro se tendiò en la cama y, asistido por la esposa, iniciò a recitar un enfermo grave, atacado por una fiebre tan misteriosa como contagiosa. Y cuando los militares irrumpieron en la habitaciòn lo encontraron en estado semi comatoso. Giulia Nigro, con la fuerza que dà el amor materno, gritaba y lloraba, y se desesperaba diciendo que la enfermedad era muy contagiosa, que en la zona habìan ya muerto docenas de personas de aquélla manera y presentando los mismos sìntomas.
    Los soldados empalidecieron, hicieron un paso atràs y después de algunos segundos de incerteza hicieron un ràpido dietrofrònt. La Familia Nigro se habìa salvado.
    Las tropas nazistas eran bastante desbandadas, mientras los Angloamericanos avanzaban.Los Ingleses prevalentemente largo el mar Adriàtico, y los estadounidenses (que después de todo eran en mayorìa asustados jòvenes de color) largo la regiòn del mar Tirreno.
    En conclusiòn, no todos los dìas se tenìa que ver con el rastrillamento de los nazistas. Era posible, y también necesario, salir para buscar algo para comer, aùnque sea un poco de ensalada, achicoria,ò, en lo mejor de la hipòtesis, algùn hongo. Y sucede propio durante una de estas excursiones que volvieron las tropas del Reich. Apenas oìdo el rumbar en lejanìa de los medios motorizados que se acercaban, mi padres y sus hermanos se tiraron de cabeza dentro de una zanja exuberante de altas malezas y se quedaron allì escondidos, como sapos. Sentìan el rumor de las botas que caminaban pesadamente junto a la zanja, el chasquido de las armas que llevaban encima, y entre las manos.
    Mario intraveìa entre las pajas y las cañas, hasta el perfìl de los militares con las ametralladoras dirigidas hacia abajo. Y una véz màs tuvieron suerte. No fueron descubiertos, y pudieron irse tranquilos. Mario sintiò lo lindo que era volver a la vida.


Gianni Nigro





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